A lo largo de la historia de la vida, todos los seres vivos hemos evolucionado de un modo u otro. Estamos acostumbrados a oír hablar de la evolución humana sobre todo. Pero algo tan minúsculo como son las bacterias también han tenido su desarrollo y evolución.
Los seres vivos estamos formados mayoritariamente por células eucariotas. Conocemos con este nombre a las células que tienen un núcleo bien diferenciado del resto de la célula donde se encuentra aislado el material genético.
Las bacterias son células procariotas, esto quiere decir que son células sin núcleo celular diferenciado, es decir, tienen el material genético disperso en el citoplasma.
La evolución de las células se ha producido gracias a las mutaciones. Podemos oír hablar de mutaciones genéticas, que se refieren a la alteración de la secuencia de nucleótidos del ADN o bien de mutaciones génicas, que son las alteraciones que tienen lugar dentro de un gen (segemento de ADN).
«Un equipo de investigadores reconstruye las mutaciones genéticas del Staphilococcus aureus para resistir al más poderoso antibiótico, la vancomicina.»
Cuando decimos que una bacteria es resistente a un antibiótico nos referimos al hecho de que ese antibiótico ya no es capaz de combatir a la bacteria, porque ésta se ha hecho inmune a él.
En el caso concreto del Staphilococcus aureus se produce una mutación en un punto de la infección bacteriana que se extiende al conjunto de la infección. Más tarde se produce su desaparición y, por último, su retorno y fijación.
Al oír hablar de este tema de mutaciones en bacterias u otras células nos podemos encontrar con los llamados mecanismos anti-mutación que consisten en estabilizar, por medio de procesos físicos o químicos, la información genética de las bacterias. Las bacterias mutan con mayor facilidad y rapidez que las células de organismos superiores dado que contienen menos información genética que duplicar para reproducirse.